Conocí a Elisabet Guitart y Maria Sacasas en un momento muy delicado para mi familia. Incluso más que delicado: crítico. Mi hijo mayor tenía 19 años y mi hija 13. Su madre y yo nos habíamos separado hacía más de 10 años. La ruptura cada día se hacía más y más conflictiva e híper judicializada. El conflicto era de tal dimensión que cuando mi hijo mayor hizo 12 años, renegó taxativamente de su padre. Estuve años así, sin ver a mi hijo, sintiendo su rechazo y su odio hacia mí. Terrible. Me mantenía en pie al pensar que con mi hija todo iba bien. Con ella lo compartíamos todo: inquietudes, trabajos escolares, fines de semana de recreo, familia extensa … Todo. Cuando la niña cumplió 10 años, de manera repentina y sin previo aviso, también me rechazó. Mediante el juzgado fuimos sometidos a terapia familiar, una terapia que aunque se extendió durante un año, no sirvió absolutamente de nada. Durante este año mi hija no hizo más que aprender a fingir.
Fue entonces que en el enésimo intento de buscar una solución al juzgado, su madre y yo nos sometimos voluntariamente a la coordinación parental que proponían Elisabet y María. Era el año 2013 y el plan era experimental. El objetivo era claro: recomponer los puentes familiares para rehacer el vínculo entre padre e hija. Mi hijo ya era mayor de edad y por lo tanto no contaba con la tutela judicial. Pasaron meses de coordinación, de reuniones a menudo dolorosas que parecían no dar fruto, que sólo llevaban hacia la nada. Yo no era consciente pero había algo que se estaba moviendo. María y Elisabet supieron construir un puente entre los niños y yo. Un puente muy sólido por donde pudiéramos circular y encontrarnos. Mi hija pequeña, aunque era el sujeto principal de la coordinación, no quiso, no supo o no pudo aprovechar este puente. La sorpresa fue que a última hora, mi hijo mayor que hasta entonces se había mantenido observando, decidió utilizar este puente. Primero con paso tembloroso, pero finalmente lo cruzó de una manera bien firme. Y es a través de este puente que mi hijo pudo recuperar la relación conmigo y con sus abuelos paternos. Tomó la gran decisión de su vida y vino a vivir conmigo.
Para mi madre, enferma desde hacía tiempo, fue un regalo de la vida en su último aliento. Para mi padre la alegría de recuperar a su nieto. Para mí fue posiblemente el hecho más emocionante de mi vida: el orgullo de reconocer a mi hijo hecho un hombre, un buen hombre. Para él significó la oportunidad de crecer con firmeza, con capacidad de ilusionarse por la vida, de crecer en autoestima y de tantas y tantas cosas que ha ido descubriendo en los últimos tres años que hemos convivido. Hemos compartido penas, alegrías, trabajos, proyectos e ilusiones.
Ahora mi hijo ya tiene 23 años, como pasa el tiempo! Completa sus estudios con un Máster en Dinamarca y se forja su futuro en Europa. Tiene planes de futuro y una vida plena en el presente. Sonríe a la vida y la vida le sonríe a él.
Con mi hija todo sigue igual después de 5 años. Pronto será mayor de edad y deberá tomar sus decisiones, ya como adulta. También mi hijo decidió. Hay historias que acaban bien, pero soy consciente de que también hay otros que no tanto. Nuestra historia no ha terminado y nadie sabe qué puede pasar. Yo sólo sé que el puente sigue en pie.
F.E.